Caminabas por la arena, tomando sol, brillando con intensidad con él sobre tu caparazón, jugabas a remojarte las patitas en el salado mar, tan bello siempre que avanzabas... tan triste siempre que retrocedías.
Yo había estado dando volteretas a la orilla de ese mar el día que decidí ver el sol de frente, saltaba por entre las olas y de pronto te vi, te vi jugando a correrte de las olas, me pareció divertido tu movimiento cauto y a la vez no, tu sinrazón, tu saber que sí y saber que no, tu indecisión.
Somos una playa juntos, mar y arena, eso ya lo sabemos, es divertido a veces, pero otras sube la marea y tu te ahogas y yo termino varada en la arena casi muriendo, secándome al sol, cuando perdemos el equilibro entre el mar y la arena, las tardes soleadas y las frías noches que compartimos en esa orilla se olvidan y ambos queremos salir corriendo para nuestro lado de la playa, pero sabemos que no hay mar sin cangrejo ni arena sin pescadito*.
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